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La última persona que esperarías que muriera después del parto

Por hollisterclothingoutlet 30/09/2022 508 Puntos de vista

EmbarazoEstados Unidos tiene el peor índice de mortalidad materna de los países desarrollados; el 60% de ellas son prevenibles. El fallecimiento de Lauren Bloomstein —en el mismo hospital donde trabajaba como enfermera neonatal— ilustra una profunda disparidad: el sistema de salud se enfoca en bebés pero con frecuencia ignora a sus madres.Patrocina:Por:: Univision,29 Sep 2017 – 02:30 PM EDTComparte

Como enfermera neonatal de cuidados intensivos, Lauren Bloomstein se había ocupado de los bebés de otras personas durante años. Finalmente, a los 33 años, esperaba el suyo. La idea de convertirse en madre la tenía embelesada. “Nunca antes la había visto tan feliz y tan vivaz”, recuerda su esposo, Larry.

Cuando Lauren tenía 13 años, su madre murió de un ataque al corazón. Ella vivió con su hermano mayor durante un tiempo y después con una vecina en Hazlet (Nueva Jersey), quien fue como una madre sustituta, pero en muchos aspectos debió crecer sola. La oportunidad de crear su propia familia, de ser la madre que nunca tuvo, le tocó profundamente. “Todo lo que siempre quiso fue ser amada”, dijo Frankie Hedges, quien la acogió durante su adolescencia, considerándola como una hija. “Creo que todos la querían, pero nadie de la forma en que ella deseaba ser amada”.

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Más allá de las náuseas del primer trimestre, Lauren no tuvo problemas o molestias durante el embarazo. Se sintió “cansada al principio y adolorida al final”, asegura Jackie Ennis, su mejor amiga desde la secundaria, con quien hablaba al menos una vez al día. “Aumentó el peso que debía, lucía fabulosa. Se sentía bien, trabajó lo más que pudo” (al menos tres turnos de 12 horas a la semana hasta su noveno mes de embarazo). Larry, quien es médico, la ayudó a monitorear su presión arterial en casa, y todo estaba normal.

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En sus días libres, se organizaba para la llegada del bebé, escogiendo cochecitos y asientos de bebé para auto, y abasteciéndose de ropa y pañales. Después de una última vacación antes del bebé en el Caribe, ella y Larry compraron la casa de sus sueños: de ladrillos coloniales con contraventanas negras y un gran jardín en Moorestown, no muy lejos del trabajo nuevo de Larry como cirujano ortopédico en Camdem. Lauren quería que el sexo del bebé fuera una sorpresa, así que cuando decoró la habitación, no pintó las paredes (asumió que tendría mucho tiempo para escoger colores después).

A pesar de que sabía que había cosas que podían marchar mal, no estaba preocupada: sentía la ansiedad normal que experimentan las futuras madres. Su única angustia era tener un parto prematuro. “Tienes que mantenerte allí dentro al menos hasta las 32 semanas. Conozco los problemas que enfrentan los bebés antes de la semana 32. Así que no salgas demasiado temprano”, le decía a su bebé.

Cuando llegó a las 39 semanas y seis días, el viernes 30 de septiembre de 2011, ella y Larry condujeron al Monmouth Medical Center en Long Branch, el hospital donde ambos se conocieron en 2004 y donde había transcurrido gran parte de la carrera profesional de Lauren. Pensó que si alguien habría de cuidarla a ella y a su bebé, serían los doctores y enfermeras con los que trabajaba a diario. Era especialmente cercana a su obstetra/ginecólogo, quien había sido residente en Monmouth al mismo tiempo que Larry.

Aunque no tenía contracciones, Lauren y su médico acordaron inducir el parto. Él estaba de guardia ese fin de semana y estaba seguro de poder encargarse personalmente del nacimiento.

Los partos inducidos suelen ser lentos y el de Lauren se prolongó hasta al día siguiente. Su amiga Ennis habló con ella por teléfono varias veces. “Dijo que se sentía bien, que simplemente estaba muy incómoda”. En un momento dado, Lauren sintió un repentino y agudo dolor en la espalda, cerca de sus riñones o hígado, pero las enfermeras aumentaron su epidural y la punzada se detuvo.

Las inducciones han sido asociadas con altos índices de cesárea, pero Lauren progresó lo suficientemente bien como para tener un parto vaginal. El sábado 1 de octubre a las 6:49 pm, 23 horas después de ingresar en el hospital, Hailey Anne Bloomstein nació. Pesó 2,32 kilos. Miembros de sus familias habían acampado en la sala de espera y ahora pasaban a la sala de parto y se maravillaban al ver cómo Lauren parecía resplandecer.

Larry flotaba en su propia nube de euforia, tomando fotos con su teléfono. En un video de 35 segundos, Lauren sostiene a su hija sobre su pecho, acariciando su rostro. Hailey está envuelta en las sabanitas color pastel del hospital, inusualmente alerta para una recién nacida; estudia el rostro de su madre como si intentara descifrar un misterio que nunca será resuelto. Las enfermeras y el resto del equipo de la sala de parto van y vienen en segundo plano en esa forma de quienes creen que todo ha transcurrido exactamente como debe ser.

En ese momento Lauren mira directamente a la cámara, con sus ojos rebosantes.

20 horas después estaba muerta.

Cargando Video...Esta mujer falleció 20 horas después de dar a luz a su bebécada año en Estados Unidos entre 700 y 900 mujeres mueren durante el embarazo por causas relacionadas con el parto, y 65,000 presentan complicaciones que las acercan a la muerte

Las mujeres estadounidenses tienen tres veces más probabilidades de morir que las canadienses durante el período maternal ( definido por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades como desde el comienzo del embarazo hasta un año después del parto o aborto), y seis veces más que las escandinavas.

En el resto de los países desarrollados y muchos otros menos industrializados, los índices de mortalidad materna se han ido reduciendo; la revista médica británica The Lancet informó hace poco que el índice ha bajado tan dramáticamente que “un hombre tiene más posibilidades de morir mientras su pareja está embarazada que ella misma”. Pero en Estados Unidos, las muertes por maternidad subieron entre 2000 y 2014. En un reciente análisis de la CDC Foundation, casi el 60% de esas muertes eran prevenibles.

Aunque la mortalidad materna es significativamente más común en las afroamericanas, las mujeres de bajos recursos o que viven en zonas rurales, las complicaciones del embarazo y parto matan a mujeres de cualquier raza o etnia, nivel educativo o socioeconómico por igual, en todo Estados Unidos.

ProPublica y NPR pasaron los últimos meses indagando en las redes sociales y otras fuentes, y finalmente identificaron a 450 embarazadas y nuevas madres que fallecieron desde 2011. La lista incluye maestras, corredoras de seguros, periodistas, una portavoz del Yellowstone National Park, una co-fundadora del canal de YouTube WhatsUpMoms, y más de una docena de doctoras y enfermeras como Lauren Bloomstein.

Murieron de cardiomiopatía y otros problemas del corazón, hemorragias masivas, coágulos de sangre, infecciones e hipertensión inducida por el embarazo (preeclampsia), así como de causas extrañas. Muchas murieron días o semanas después de dejar el hospital. La mortalidad materna ha llegado a ser tan común que tres madres que fallecieron, incluida Lauren, fueron tratadas por el mismo obstetra.

Las razones de estos altos índices en Estados Unidos son variadas. Las nuevas madres son mayores de lo que solían ser, con historias médicas más complejas. La mitad de los embarazos en Estados Unidos no son planificados, por lo que las mujeres no atienden sus problemas de salud de antemano. La mayor prevalencia de cesáreas conlleva más complicaciones que pueden ser mortales. El fragmentado sistema de salud dificulta a las madres, sobre todo aquellas sin acceso a un seguro de salud, a obtener la atención que necesitan. La confusión acerca de cómo reconocer síntomas alarmantes y sobre cómo tratar las emergencias obstétricas hace que los proveedores de salud sean más proclives a cometer errores.

No obstante, el empeoramiento de los índices de mortalidad materna contrasta pronunciadamente con los grandes progresos en salvar las vidas de los bebés. La mortalidad infantil se ha reducido a su punto más bajo en la historia, reportan los CDC, lo que refleja 50 años de esfuerzos de la salud pública en prevenir defectos congénitos, reducir el parto prematuro y mejorar la posibilidad de vida para los bebés muy prematuros. El número de niños que fallece anualmente en Estados Unidos (unos 23,000 en 2014), excede por mucho el de madres que fallecen, pero la proporción se ha estado reduciendo.

La disonancia entre las estadísticas de madres e hijos subraya un tema que ha emergido constantemente en los reportajes de ProPublica y NPR. En décadas recientes, bajo la presunción de que se ha superado la mortalidad materna, el sistema médico estadounidense se ha enfocado más en la seguridad y supervivencia del feto y del infante que en la salud y el bienestar de la madre.

“Nos preocupamos mucho por los vulnerables y pequeños bebés”, dice Bárbara Levy, vicepresidente de salud y políticas públicas del Congreso Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos (ACOG, por sus siglas en inglés), y miembro del Consejo de Seguridad para los Pacientes del Women’s Health Care. Entretanto, “no prestamos suficiente atención a esas cosas que pueden resultar catastróficas para la mujer”.

En la Red de Unidades de Medicina Materno-Fetal financiada por fondos federales, la preeminente investigación colaborativa entre obstetras en Estados Unidos, apenas cuatro de las 34 iniciativas enumeradas en su base de datos van dirigidas a las madres, versus 24 destinadas a mejorar las posibilidades de vida de los infantes (el resto, atienden a ambos). Bajo el Título V, un programa federal que apoya la salud de madres y bebés en el país, en 2016 se destinaron el 6% de las subvenciones a programas para madres, lo que contrasta con el 78% destinado a infantes y niños con necesidades especiales.

La noción de que los bebés merecen más cuidados que las madres también está arraigada en los programas de Medicaid, que paga por el 45% de los partos. En muchos estados, el programa incluye a la mamá por 60 días durante el posparto, mientras que a los bebés les brinda cobertura durante un año completo.

En cuanto a los proveedores de servicios médicos, los avances tecnológicos han aumentado la diferencia entre los cuidados a las madres y los cuidados a los fetos y bebés. “La gente se entusiasmó con la habilidad de hacer ultrasonidos, luego ultrasonidos en alta definición y otros procedimientos invasivos, como el uso de agujas en la cavidad amniótica,” dijo William Callaghan, jefe de la sección materno infantil del CDC.

El crecimiento de la medicina materno-fetal se ha enfocado tanto en el feto que en 2012 los jóvenes doctores que deseaban trabajar en esa área no tenían que pasar tiempo aprendiendo a cuidar a las madres que dan a luz. “El entrenamiento varía dependiendo de la zona de EEUU”, dice Mary D’Alton, directora de OB-GYN, en el Centro Médico de la Universidad de Columbia, y autora de artículos sobre la disparidad en el cuidado de madres y de bebés. “Hubo algunos estudiantes que incluso terminaron su entrenamiento en medicina materno-fetal sin haber estado en una sala de parto”.

En la última década, al menos 20 hospitales han establecido centros multidisciplinarios de cuidado fetal para bebés con distintos problemas de alto riesgo. Por ahora, tan solo un hospital en Estados Unidos —New York Presbyterian/Columbia—tiene un programa similar para mujeres embarazadas de alto riesgo.

En las unidades tradicionales de maternidad, también los bebés son monitoreados más de cerca que las madres durante y después del parto, dijeron activistas a favor de la salud materna a ProPublica y NPR. Los recién nacidos en el mínimo riesgo son llevados a una unidad de cuidados intensivos como aquella en la que Lauren Bloomstein trabajó, para ser monitoreados por un personal entrenado para lo peor. Entretanto, sus madres son atendidas por enfermeras y médicos que esperan que las cosas marchen bien y que no están preparados cuando estas dejan de estarlo.

Cuando las mujeres son dadas de alta, reciben información de forma rutinaria sobre cómo dar pecho y qué hacer si el recién nacido se enferma, pero no necesariamente son entrenadas para distinguir si ellas necesitan atención médica. “Fue solo cuando tuve mi propio bebé que me di cuenta: ‘Dios mío, era información insuficiente’”, explica Elizabeth Howell, profesora de obstetricia y ginecología en la escuela de medicina del Hospital Mount Sinai de Nueva York. “Por la forma en que fuimos entrenados, no damos suficiente información a las mujeres sobre cómo manejar su salud del posparto. El foco siempre está en el bebé y no en ellas”.

En 2009, la Comisión Conjunta, que acredita a 21,000 establecimientos de salud en el país, adoptó una serie de “medidas básicas” perinatales, estándares nacionales que han demostrado reducir las complicaciones y mejorar los resultados de cara al paciente. Cuatro de las medidas van dirigidas a la salud del bebé. Una (bajar el índice de cesáreas) va enfocada en la salud de la madre.

Entretanto, las medidas salvavidas que han sido ampliamente aceptadas en otros países desarrollados, y en unos pocos estados como California, todavía no son asumidas en los hospitales de Estados Unidos. Por ejemplo, la preeclampsia, presión arterial alta que ocurre únicamente durante el embarazo o el posparto y que puede desencadenar ataques y derrames cerebrales, mata a cinco mujeres por hora en el mundo. Pero en los países desarrollados, es muy tratable. La clave está en actuar con celeridad.

Estandarizando su planteamiento, Gran Bretaña ha reducido las muertes por esta causa a una en un millón, un total de dos muertes entre 2012 y 2014. Por el contrario, en Estados Unidos, la preeclampsia todavía representa un 8% de las muertes maternas (50 a 70 mujeres por año). Incluyendo a Lauren Bloomstein.

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“Tienes que estar bromeando. Acéptala, sería fabuloso”, insistió Frankie Hedges.

Lauren cedió y el editor le dio el papel de la hermana mayor, Meg. Apareció en la portada de cuatro libros, como la típica joven del siglo XIX con su largo cabello marrón y un collar de perlas. La expresión decidida de su rostro era toda Lauren. “No quería compasión, ni quería piedad”, explica Jackie Ennis. “No hablaba mucho sobre sus sentimientos sobre su mamá. Lo veía como si era su problema e iba a hacer todo en su poder para convertirse en alguien productivo”.

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Durante la secundaria, Lauren decidió que se convertiría en enfermera y escogió un programa de dos años en el Brookdale Community College. Trabajó en la oficina de un doctor para ganar dinero para costear la matrícula y vivía en un apartamento en el garaje que Hedges y su marido habían adaptado especialmente para ella, quien con frecuencia cuidaba a sus gemelos.

Lauren “no era una persona muy cariñosa”, comenta Hedges. Pero sí apreciaba formar parte de una familia de nuevo. “No puedes creer lo feliz que está", contó Ennis una vez a Hedges. "Salíamos y decía que debía: '¡Tengo que volver a casa para cenar!”.

Tras graduarse en 2002, Lauren fue asignada al Monmouth Medical Center, un complejo a pocos minutos del gran entramado que es el sistema de salud RWJBarnabas Healthsystem, afiliada a la Escuela de Medicina de la Universidad de Drexel, Philadelphia.

Su primer trabajo fue en la unidad de cirugía, donde sus habilidades clínicas y ética de trabajo fueron reconocidas. “No puedo recordar a muchos trabajadores a quienes respetara tanto como a Lauren”, escribió Diane Stanaway, directora clínica de enfermería del Monmouth, en un tributo profesional en 2005: “¡Qué joven y enfermera tan activa!”. Larry recuerda que cuando un alto ejecutivo del hospital necesitaba operarse, le dio el mayor de los halagos a Lauren al escogerla como una de sus dos enfermeras exclusivas.

Larry Bloomstein, quien comenzó a trabajar en esa misma unidad como residente de cirugía ortopédica en 2004, quedó deslumbrado. Le gustó su independencia. “No sentía la necesidad de apoyarse en nadie más para nada”. Incluso al intentar resucitar a un paciente mediante el CPR, mantenía la calma, cuenta Larry.

Él pensaba que las dificultades que ella enfrentó en la niñez, le dieron “confianza en sí misma. No le preocupaban las cosas pequeñas”. Después de conocer a Larry, Lauren dijo a Ennis: “Conocí a este chico. Es un doctor y es muy amable”. La primera cita fue un concierto de Bruce Springsteen. Cinco años después se casaron en Long Beach Island, en la costa de Jersey. Uno de los libros predilectos de Lauren era The Catcher in the Rye. “Se identificaba con Holden Caulfield, un personaje que rescataba a niños”, cuenta Larry.

Cuando se abrió una oportunidad para trabajar en la prestigiosa unidad de cuidados neonatales de Monmouth en 2006, ella no dudó en postularse.

El hospital tiene la quinta unidad de atención materna más concurrida del Estado. En 2016, 5,449 bebés nacieron allí. Monmouth fue calificado como un hospital de nivel “A” por Leapfrog, una organización que promueve la seguridad en la atención médica, y cumplió con todos los estándares de seguridad en las unidades de maternidad, como índices de cesáreas y partos electivos inducidos, dijo una vocera de la entidad. Su unidad de cuidados intensivos, una facilidad nivel III para recién nacidos de alto riesgo, es la más antigua de Nueva Jersey.

“No todo el mundo puede trabajar en una unidad de cuidados intensivos neonatales. Los bebés son pequeños y muchas personas no están acostumbradas a ver a bebés tan diminutos”, explica Katy Di Bernardo, enfermera veterana quien trabaja en la unidad desde hace 20 años.

Allí trabajan enfermeras, neonatólogos, especialistas en terapia respiratoria y residentes. Según Di Bernardo, Lauren, encajó al instante.

Una de las cosas que más adoraba Lauren de su trabajo eran los vínculos que hacía con las familias de los bebés. Las enfermeras cuidaban a los mismos recién nacidos a lo largo de su estadía, a veces durante semanas o meses. Era muy buena con los padres, muy buena para “calmar a la gente con mucha ansiedad”, cuenta Larry. Con frecuencia, se mantenía en contacto por largo tiempo después de que los bebés regresaban a casa y hasta se tomaba un café con las mamás o hacía de niñera de vez en cuando.

También apreciaba las grandes amistades que un lugar como una NICU pueden forjar. El piso de cuidado neonatal era casi un mundo en sí mismo. Lauren Byron, otra enfermera de larga data en el lugar lo ilustra: “Hay mucho estrés y presión y estas en situaciones de vida o muerte. Desarrollas relaciones muy cercanas con algunas personas”. El ambiente tiende a atraer personalidades fuertes. En la porra de fútbol familiar de los Bloomstein, Lauren tenía el apodo de “la luchadora”, así que encajó de inmediato. Pero podía defenderse sin herir a los demás. “Era de esas personas que agrada a todos”, comentó Byron.

“Ella era muy amiga de mi esposa y se sentía muy cómoda conmigo”, contó Vaclavik durante su testimonio en la corte, en 2015.

Luego de terminar su residencia, Vaclavik comenzó a trabajar para Ocean Obstetric & Gynecologic Associates, una próspera clínica que incluía a muchos profesionales médicos entre sus clientes. Vaclavik favorecía el parto natural, parte de un movimiento que busca reducir el número de cesáreas que tienden a tener una recuperación más lenta y mayores complicaciones que un parto vaginal. Mientras en el estado el índice de cesáreas era de 37%, el del hospital de Monmouth se ubicaba en 21% para 2016.

Las enfermeras neonatales tuvieron muchas oportunidades para observar a Vaclavik y otros obstetras en acción (alguien de la Unidad de Cuidados Neonatales siempre debía estar en cada parto que mostrara indicios de complicaciones, así como en cada cesárea). “Siempre bromeábamos: nos llaman hasta por la cutícula de una uña”, contó DiBernardo.

Lauren estaba tan impresionada por Vaclavik que no sólo lo escogió como su médico, sino que lo recomendó a su mejor amiga. “Ella decía: tienes que verte con este tipo. Es un buen doctor. Buen doctor”, recordó Ennis.

Pero en otras cosas, la NICU y el equipo de parto estaban muy alejados. Las enfermeras neonatales se enfocaban en sus frágiles pacientes (esa satisfacción de cuando regresaban sanos a casa y el dolor cuando eso no ocurría). Una vez Ennis preguntó a Lauren cómo lidiaba con los bebés que no sobrevivían. “Debe ser terrible”, dijo. Lauren respondió: “Sí, pero salvamos a más de los que perdemos”.

Las muertes eran cada vez menos frecuentes durante el parto y cuando una madre enfrentaba complicaciones que ponían en peligro su vida, la noticia no siempre llegaba a la NICU. Así ocurrió cuando Tara Hansen, una maestra de educación especial que tenía 29 años de edad, murió por una infección luego de dar a luz a su primer hijo en marzo de 2011. Lauren, quien tenía tres meses de embarazo, no se enteró de la noticia.

Hansen vivía en Freehold, Nueva Jersey, junto a su marido Ryan, su novio desde la escuela. Su embarazo, al igual que el de Lauren, no tuvo complicaciones, y dio a luz a un saludable bebé de 4 kilos. Pero Hansen sufrió un desgarramiento en la vagina durante el parto. Tuvo señales de infección e igualmente fue dada de alta, motivo que llevaría a su esposo a demandar a la clínica tiempo después.

Hansen volvió a ser admitida en Monmouth con lo que la demanda legal luego catalogaría como “severo dolor, que no podría ser tolerado por cualquier ser humano”. El diagnóstico fue fascitis necrotizante, mejor conocida como la ‘bacteria come-piel’. Dos días después, Hansen estaba muerta.

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Uno de los colegas de Vaclavik había estado a cargo del parto. El propio Vaclavik fue quien le dio de alta. Según documentos de la corte, alegó que las enfermeras no le habían informado de los síntomas de Hansen y que si hubiera sabido que los signos vitales no eran estables, no le hubiera dado de alta. Al final, el hospital y las enfermeras eventualmente firmaron un acuerdo por 1.5 millones de dólares.

La demanda contra Vaclavik y sus colegas sigue pendiente.

Vaclavik no respondió a varias solicitudes de entrevista de ProPublica y NPR, incluyendo un correo electrónico que contenía la lista de preguntas. Su abogado respondió: “En vista de que este asunto se está litigando, el Dr. Vaclavik respetuosamente declina hacer comentarios”.

Alegando como motivo la privacidad de los pacientes, la vocera de Monmouth, Elizabeth Brennian también se negó a discutir el caso específico. “Estamos muy tristes ante el dolor que han experimentado estas familias por su pérdida”, dijo en un comunicado.

El primer presentimiento que tuvo Larry Bloomstein

Larry había estado con Lauren durante las últimas 24 horas. Consciente de que era esposo y no doctor, trató de no intervenir demasiado. Ahora, sin embargo, presionó a Vaclavik: ¿Qué le pasaba a su esposa? “Me dijo: ‘Esto es frecuente. Hacemos muchas cirugías del abdomen. Definitivamente es reflujo’”, relató. Según el historial de Lauren, el obstetra recetó un antiácido llamado Bicitra y un opioide analgésico llamado Dilaudid. Lauren los vomitó.

Su dolor era de 10 en una escala de 10, dijo a Larry y a las enfermeras. Las enfermeras anotaron: “La paciente no logra quedarse tranquila”. Igual de preocupante era la lectura de su presión arterial que estaba subiendo. Una hora después del parto, estaba en 160/95, y 60 minutos después había escalado a 169/108. Durante su última consulta prenatal, Lauren tenía la tensión en 118/69. Larry no era especialista en el área de obstetricia, pero sabía lo suficiente como para preguntar a las enfermeras: ¿Podría tratarse de preeclampsia?

Preeclampsia, o hipertensión relacionada con el embarazo es una condición que afecta a entre 3% y 5% de las mujeres embarazadas en Estados Unidos: hasta 200,000 mujeres por año. Puede darle a cualquiera y surgir de la nada, aunque el riesgo es mayor para las afroamericanas, las mujeres con condiciones preexistentes como obesidad, diabetes o problemas del riñón y madres mayores de 40 años. Es más común durante la segunda mitad del embarazo, pero puede desarrollarse en los días o semanas después del parto y puede surgir repentina y peligrosamente.

En vista de que el tratamiento típico para la preeclampsia es dar a luz cuanto antes, con frecuencia los bebés son prematuros y terminan en una Unidad de Cuidados Prenatales como en la que trabajaba Lauren.

Como Larry sospechó, la presión arterial de Lauren estaba más allá del límite. Lo que no sabía es que había estado así desde que ella ingresó al hospital (147/99, según los documentos de admisión). Durante el parto, tuvo 21 lecturas sistólicas en o por encima de los 140 y 13 lecturas diastólicas en o por encima de 90, indica su historia médica. Durante ocho horas su presión arterial no fue monitoreada, concluyó después el Departamento de Salud de Nueva Jersey. En ese mismo lapso de tiempo, los signos vitales del bebé fueron monitoreados constantemente, aclaró Larry.

En su deposición, Vaclavik describió la lectura de 147/99 como “elevada” en comparación con las lecturas habituales de Lauren, pero no la catalogó como anormal. Hubiera “usado como parámetro 180/110” para sospechar preeclampsia, dijo. Aún así, reconoció que con esa presión arterial, “hubiera podido recomendar monitorear con más frecuencia a Lauren, en retrospectiva”.

Prominentes organizaciones médicas en Estados Unidos y Reino Unido tienen un punto de vista distinto. Recomiendan que cualquier aumento por encima de 140/90 para mujeres embarazadas sin historia de hipertensión sea considerado como preeclampsia. Cuando la lectura sistólica llega a 160, se sugiere que se comience “cuanto antes” un tratamiento con anti-hipertensivos y sulfato de magnesio para prevenir ataques, de acuerdo con las pautas de la Alianza por la Innovación en Salud Maternal. Cuando hay otros síntomas como dolor abdominal superior, la situación se considera aún más urgente.

Este enfoque básico no es nuevo: un texto muy utilizado y publicado en 1997 y titulado ‘Currículo Esencial para la Salud Maternal y del Recién Nacido’, dicta lo mismo. Aún así las fallas en el diagnóstico de preeclampsia o en diferenciarla de otros problemas crónicos de hipertensión persisten.

Investigadores de California que estudiaron las muertes por preeclampsia durante varios años encontraron algo asombroso: “Pese a los detonantes que indicaban un severo deterioro en la condición del paciente, los proveedores de salud no detectaron ni respondieron a estos signos, lo que conllevó retrasos en el diagnóstico y tratamiento”.

Los síntomas de preeclampsia (inflamación y rápido aumento de peso, dolores gástricos, vómitos, dolor de cabeza y ansiedad) son a menudo confundidos por los típicos achaques del embarazo o del parto. “No tenemos una prueba de sí o no para ello”, dice Eleni Tsigas, directora ejecutiva de la Fundación de Preeclampsia. “Muchos médicos no necesariamente lo ven con frecuencia”. Nociones anticuadas, como por ejemplo que el dar a luz cura la condición, o poca familiaridad sobre cómo proceder y falta de preparación ante la crisis pueden afectar aún más la capacidad de respuesta.

El hecho de que Lauren diera a luz durante un fin de semana también pudo haber jugado en su contra. Los hospitales tienen equipos distintos durante los fines de semana, lo que hace aún mayores los retos a la hora de una crisis. Un análisis de la Escuela de Medicina de Baylor, a partir de 45 millones de embarazos en EEUU entre 2004 y 2014 encontró que las mamás que dan a luz un sábado o un domingo tienen índices de mortalidad 50% mayores, así como más transfusiones sanguíneas y desgarramiento perineal. El efecto de “fin de semana” también está asociado con mayores índices de fatalidad en ataques cardiacos, derrames y traumatismos cerebrales.

Según los récords de Lauren, Vaclavik sí ordenó un examen de laboratorio para preeclampsia a las 8:40 pm, pero una enfermera anotó media hora después que no había pruebas anormales de laboratorio. (Según Larry, los resultados estaban justo en el límite). Larry comenzó a presionar para que llamaran a un especialista. Vaclavik atribuyó el dolor de Lauren a una inflamación del esófago, que le había ocurrido antes, dijo en su declaración.

A las 10:00 pm, según el historial médico de Lauren, él llamó al gastroenterólogo que pidió unos rayos X y otras pruebas, así como más Dilaudid y antiácidos como Maalox y Protonix. Ninguno la alivió.

Entretanto, Larry decidió llamar a sus colegas de la unidad de trauma del Hospital de Cooper University de Camden. Durante su entrenamiento, la lección más importante que había aprendido era pedir ayuda: “Si hay un problema, inmediatamente involucro a otro médico”. Por suerte, el doctor que estaba de guardia era una mujer que acababa de convertirse en madre. “Puedes dejar de hablar. Sé lo que es”, le dijo e indicó que Lauren tenía el síndrome de HELLP, un acrónimo para la peor versión de preeclampsia, que se caracteriza por la ruptura de glóbulos rojos, elevado nivel de enzimas del hígado y bajo conteo de plaquetas, una deficiencia de coagulación que puede generar exceso de sangramiento y un ACV hemorrágico.

La colega de Harry lo instó a dejar de perder tiempo. La presión elevada de Lauren, los vómitos y el dolor en el área de sus riñones eran síntomas de un deterioro rápido. “Tu esposa está en peligro”, le dijo la doctora especialista en trauma (quien no respondió a la solicitud de comentarios que le hicieron ProPublica y NPR).

análisis

“Nunca es una sola cosa”, dice Roberta Gold, miembro del Consejo de la Seguridad de Pacientes en Cuidados de Atención Femenina, cuya hija y nieto fallecieron en 2010 debido a un coágulo sanguíneo durante el embarazo. “Es siempre una cascada o combinación de cosas. Es como un descarrilamiento de tren en cámara lenta”.

Las últimas 16 horas en la vida de Lauren son consistentes con ese nefasto patrón. Preocupado por lo que le dijo la doctora especialista en trauma, Larry inmediatamente recurrió a los médicos de Lauren. Pero ellos insistieron en que los exámenes no mostraban preeclampsia. Poco después, la colega de Larry llamó para hacer seguimiento a la condición de Lauren. “No creo en esos exámenes de laboratorio. No deben ser atinados. Estoy segura de mi diagnóstico. Repítanlos”, le dijo.

Entretanto, la agonía de Lauren era insoportable. Ahora sentía demasiada presión por la medidora de tensión que envolvía su brazo, así que a las 10:30 pm la enfermera decidió sacarla. “Sabemos que la presión arterial es alta, no tiene sentido volver a tomarla”, dijo. Según la historia médica de Lauren, su presión sanguínea estuvo sin monitorear durante una hora y 44 minutos.

Larry había desistido en llamar a un especialista que pudiera venir al hospital tan tarde un sábado, pero convenció a Vaclavik de llamar a un residente en cirugía general. A las 11:55 pm, según las enfermeras, Lauren suplicó: “Hagan lo que sea para detener este dolor”. Vaclavik prescribió morfina, que no tuvo mayor efecto.

Poco después de medianoche, su presión sanguínea llegó a 197-117 y Lauren empezó a quejarse de dolor de cabeza. Mientras Larry veía el rostro de su esposa, se dio cuenta de que algo había cambiado. “De pronto se veía calmada y tranquila, como si intentaba dormirse”. Le dio una pequeña sonrisa a Larry, pero sólo se movió la parte derecha de su boca.

En un instante, Larry entró en pánico. Pidió a Lauren que levantara las manos. Sólo su brazo derecho reaccionó. Levantó las sábanas y le pellizcó en el pie, para probar el reflejo de Babinski (en un adulto normal el dedo gordo automáticamente se mueve hacia abajo). El dedo derecho de Lauren se movió como debía. Pero su dedo gordo del pie izquierdo no. Mientras Larry la examinaba, Lauren se dio cuenta de lo que le estaba pasando. “Me miró y me dijo: ‘Tengo miedo, te amo’. Estoy seguro de que en ese momento comprendió todo. Se dio cuenta de que… no iba a sobrevivir”.

Un escáner cerebral confirmó lo peor: la ascendente presión arterial desató una hemorragia cerebral. Esos ataques cerebrales tienden a ser más mortales que aquellos causados por coágulos sanguíneos. Los cirujanos a veces logran salvar la vida del paciente, pero sólo si actúan rápidamente.

Larry era realista: sabía que hasta el mejor escenario sería devastador. Seguramente Lauren quedaría paralizada total o parcialmente. Nunca sería la madre que soñó ser. Nunca sería una enfermera de nuevo. Pero al menos tenía chances de sobrevivir. Cuando llegó el neurólogo, Larry le preguntó si había esperanza. El médico le respondió: “Por eso estoy aquí, hay esperanza”.

Larry comenzó a congregar a los allegados a Lauren, sus padres, su hermano, Frankie Hedges y su marido Billy, Jackie Ennis. Por teléfono intentó aminorar la gravedad del escenario, pero todos la imaginaron. Cuando llegó la mamá de Larry, la entrada del hospital estaba cerrada y Larry y Vaclavik salieron a recibirla. “El obstetra dijo: va a estar bien”, recuerda Linda Bloomstein. “Y Larry estaba a su lado y vi que lloraba y movía su cabeza en señal de negación…no”.

A las 2:00 am el neurocirujano confirmó lo que la doctora especialista en trauma había dicho cuatro horas antes: Lauren tenía el síndrome de HELLP. Luego dio peores noticias: sus plaquetas (esenciales para detener la hemorragia) estaban muy bajas. Pero, según Larry, el hospital no tenía suficientes plaquetas allí, así que la cirugía debería ser postergada. Larry estaba desconcertado: cómo podía ser que un centro médico regional que traía bebés al mundo y realizaba toda clase de cirugías no tuviera plaquetas a mano en caso de una emergencia.

Vaclavik llamó a la Cruz Roja y otros establecimientos, suplicándoles que enviaran lo que tuvieran. “En mi entendimiento, hubo una carencia total de plaquetas en el estado de Nueva Jersey”, dijo en su declaración.

Pasaron horas antes de que llegaran las necesitadas plaquetas.

El equipo de neuro hizo un nuevo escáner a las 6:00 am. Larry no se atrevía a verlo, “pero por lo que me dijeron, fue mucho peor”. Mientras Lauren estaba en cirugía, comenzaron a llegar amigos esperando verla a ella y al bebé, sin darse cuenta de lo que había ocurrido desde los alegres mensajes de texto de la noche anterior. A las 12:30 pm, el neurocirujano apareció y confirmó que la actividad cerebral se había detenido. Lauren estaba conectada a un respirador sin posibilidades de recuperarse.

Todo este tiempo, Hailey había estado en el área de recién nacidos, siendo atendida por los estupefactos colegas de Lauren. La bajaron al cuarto de Lauren y Larry la puso en los brazos de su madre. Después de unos minutos, las enfermeras se llevaron a la bebé al tercer piso para protegerla de los gérmenes. Un terapeuta respiratorio removió con cuidado el tubo de respiración de la boca de Lauren. A las 3:08 pm, rodeada de sus seres queridos, murió.

En Estados Unidos, a diferencia de otros países desarrollados, las muertes maternas son tratadas como una tragedia privada y no como una catástrofe de salud públicacomo el de Lauren

La muerte de Lauren fue más pública que lo habitual. Cientos de personas asistieron a su funeral, incluyendo médicos y enfermeras del hospital, amigos de todo el país, familias que Lauren había atendido. Vaclavik estuvo allí, devastado, contó la familia de Larry. El jefe del departamento de obstetricia de Monmouth presentó sus condolencias y, según Larry, durante una conversación privada prometió revisar lo ocurrido.

Los días que siguieron a la muerte de Lauren, Larry no podía asimilar las implicaciones de lo ocurrido. Tenía que encontrar un lugar para enterrar a su esposa, escoger un ataúd, escribir un homenaje. Estaba demasiado afectado como para regresar a su casa en Mooresville, así que llevó a Hailey a casa de sus padres, un departamento de un cuarto que alquilaban mientras remodelaban su casa, y durmió con la bebé en la sala durante el primer mes.

Después del funeral, volcó su atención en su hija. No sabía nada de recién nacidos porque siempre pensó que Lauren le enseñaría. “Nada puede ser mejor que tener a una enfermera de cuidados neonatales cuidando a tu bebé”, había pensado. Se apoyó en su mamá y su hermana y las amigas de Lauren para aprender. Se tomó tres meses del trabajo, pero apenas se acercó la fecha de su retorno se dio cuenta de que no estaba listo. “No creo que pueda ver a un paciente conectado a un ventilador todavía. O incluso una cama de hospital”, advirtió. No quería dejar a Hailey, así que renunció.

Vendió la casa, aunque no se atrevía a ir a entregar las llaves. “No podía dar esas llaves a otra gente”. Llevó a Hailey un par de veces con su hermana a Texas donde no tenía que responder a las preguntas constantes. Pero viajar con su bebé era duro. La gente no sabía qué pensar sobre él. “La gente no está acostumbrada a ver a un papá solo”. Adondequiera que iba sentía que estaba desconectado de todo. “Pasas por este mundo y toda esta gente está alrededor tuyo y siguen con sus vidas y es muy pero muy aislante y te sientes muy solo”.

De vuelta a Nueva Jersey, Larry encontró un trabajo cerca de casa de sus padres, hizo una operación e intentó renunciar. Sus empleadores lo convencieron de quedarse. Para evitar revivir el funeral, regresó a Texas en el primer aniversario de la muerte de Lauren en septiembre de 2012. En una de sus maletas, empacó un molde de cupcake gigante que su esposa había comprado cuando se casaron. Ella pensó que sería perfecto para el primer pastel de cumpleaños del hijo que tuvieran. Él mismo cocinó el pastel, de chocolate, el favorito de Lauren, cubierto de chispas.

A medida que la parálisis de Larry se esfumaba, sus amigos que eran ortopédicos comenzaron a presionarlo. Larry dudaba. Pese a los errores que había presenciado, parte de él quería creer que la muerte de Lauren era inevitable. “Y mis amigos me decían: no podemos aceptar eso. Con la tecnología, cada vez que una mujer muere en un parto, es un error médico”.

La muerte de Lauren fue evitable, finalmente se atrevió a admitir Larry. Él vio cómo el obstetra y las enfermeras fallaron en reconocer un caso típico de complicaciones del embarazo, no una, sino varias veces a lo largo de dos días. Para Larry, el hecho de que alguien con las ventajas que tenía Lauren muriera tan innecesariamente, era señal de un problema mayor. Según algunos estándares, Nueva Jersey tiene uno de los índices de mortalidad materna más altos en Estados Unidos. Quería que las autoridades llegaran a la raíz del problema: presionar a las instituciones para cambiar.

Esa es la perspectiva de Reino Unido, donde las muertes maternas son consideradas fallas del sistema. Un comité nacional analiza cada muerte de una mujer como consecuencia del embarazo o parto, y se recopilan los datos e historiales médicos que ayudan a establecer las políticas de los hospitales en el país. Los forenses incluso son sometidos a interrogatorios públicos, lo que obliga a hospitales y a su personal, a responder por sus errores. Ese proceso del Reino Unido es responsable por la asombrosa reducción de muertes por preeclampsia. El comité de ese país reportó que era una “historia de éxito” que esperan repetir en otras causas y condiciones médicas relacionadas con la muerte materna.

Estados Unidos no tiene un esfuerzo federal comparable. En vez de eso, la revisión de la mortalidad materna queda a discreción de los estados. Para esta primavera, 26 estados (y la ciudad de Philadelphia) tenían un proceso establecido, otros cinco tenían comités con menos de un año de antigüedad. En casi cada caso, los recursos son escasos, las revisiones toman años y los hallazgos tienen poca difusión. Una ley bipartidista del Congreso, el Acta de Prevención de Muertes Maternas de 2017 autorizaría financiamiento a los estados para establecer revisiones o mejorar sus procesos.

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El equipo de revisión de Nueva Jersey, el segundo más antiguo de EEUU, incluye a obstetras, enfermeras, especialistas en salud mental y hasta nutricionistas. Usando los historiales médicos y otros reportes, identifican a cada mujer en el estado que falleció hasta un año después del parto o embarazo, por cualquier causa, luego ven sus fichas clínicas y determinan si la causa estuvo o no relacionada con el embarazo. Cada pocos años, el comité publica un reporte que se enfoca en cosas como la raza y edad de las madres, la causa de muerte y otros datos demográficos. En el pasado, estos datos han sido usados para promover políticas que reduzcan la depresión posparto.

Pero el comité de Nueva Jersey no entrevista a los parientes de la persona fallecida, ni analiza si la muerte fue prevenible. Al igual que otros estados “des-identifica” las historias médicas para eliminar cualquier información que pueda apuntar a un hospital o mujer en particular. De lo contrario, la comunidad médica y los legisladores se negarían a hacerlo. La meta es “mejorar la atención general a los pacientes", dijo Joseph Apuzzio, profesor de obstetricia y ginecología en el hospital médico Rutgers de Nueva Jersey, a cargo del comité. Esto requiere de un proceso que sea “cero prejuicioso y no punitivo”, dice. “Es la mejor manera de tener una verdadera discusión entre todos los proveedores de salud que están presentes”.

El resultado de ese proceso, concluyó Larry, es que la revisión es de poco uso para determinar la responsabilidad por muertes individuales o para evaluar si algunos hospitales, médicos o enfermeras son más propensos al error que otros. Para Larry esto es una clara omisión o negación voluntaria. En una muerte prevenible u otro error médico, a veces el quién y el qué son igual de importantes que el por qué: “A menos que se señale a alguien en específico, creo que la verdadera causa del problema quedará perdida”, dice.

división de Licencias e Inspección

Examinaron la ficha de Lauren, entrevistaron a sus médicos y escrutaron las prácticas de Monmouth. En diciembre de 2012 emitieron un reporte que corroboraba todo lo que Larry había visto de primera mano. “No hay constancia de que la enfermera notificara al médico de la presión elevada de la paciente antes del parto”, concluyeron. Y: “No hay evidencia de que se hubiera atendido la presión arterial por parte del obstetra hasta que se dictó el Code Stroke”.

El reporte culpó al hospital: “El centro no cumple los estándares de Nueva Jersey y falló en asegurarse de que el equipo siguiera las normas de obstetricia”. Para responder a las críticas, Monmouth implementó un plan correctivo, también mencionado en el reporte.

El plan exigía un programa educativo sobre la preeclampsia y el síndrome de HELLP, así como entrenamiento en Cuidado Crítico en Obstetricia para todas las enfermeras que participan en el parto, así como más cursos sobre el uso de métodos basados en evidencias para evaluar pacientes y para mejorar la comunicación entre el personal.

Algunos cambios fueron básicos: las enfermeras fueron entrenadas en la necesidad de revisar la historia prenatal de la paciente. Deben ahora comparar la presión arterial antes y después del parto y medirla cada cuatro horas como mínimo.

Una parte importante del plan correctivo involucró a Vaclavik, aunque ni él ni las enfermeras fueron identificados por su nombre. El director de obstetricia y ginecología del Monmouth dio “rehabilitación profesional para el médico identificado”, según el reporte. Además hubo un “monitoreo del 100% de los récords de los médicos por mes y cada tres meses”. Esa revisión se enfocó en “el acatamiento por parte del médico para una intervención a tiempo de la valoración y manejo de la presión elevada y el dolor”.

El líder del departamento, Robert Graebe, vio que los récords de Vaclavik acataban la norma en 100% de los casos, según lo aseguró el propio Vaclavik durante su deposición en la corte.

Cuando en marzo de 2017 le preguntaron a Graebe si Vaclavik estaba ejerciendo bien sus funciones en el hospital al momento de tratar a Lauren, respondió: “Lo estaba y lo está”.

En una nota aparte, el Departamento de Salud dijo a Larry que había reenviado su queja al Consejo Médico y al Consejo de Enfermeras de Nueva Jersey. Ninguna de las dos entidades ha tomado medidas disciplinarias, según su página web. La copia del reporte del DOH le llegó a Larry por correo. Quedó complacido por los hallazgos pero desconcertado de que no fueran revelados públicamente. Nadie los vería.

Meses después, demandó a Monmouth, a Vaclavik y a cinco enfermeras en la Corte Suprema de Freehold, Nueva Jersey. Para que una demanda de mala praxis médica vaya adelante en ese estado, un experto debe certificar que hay fundamentos. La denuncia de Larry fue certificada por un obstetra ginecólogo. Pero más allá de la toma de declaraciones, no ha habido mayor acción en torno al caso.

Inspirados en el modelo de Reino Unido, la California Maternal Quality Care (CMQCC) se nutre de las experiencias de su fundador, Elliott Main, profesor de obstetría y ginecología de Standford y la Universidad de California-San Francisco, quien durante años lideró el departamento de ginecología y obstetricia de un hospital de San Francisco. “Uno de mis momentos más tristes como obstetra fue cuando una mujer con preeclampsia severa con la que pensamos haber procedido correctamente, todavía sufrió un ataque masivo y no pudimos salvarla”, dijo recientemente. Esa pérdida le pesa desde hace 20 años. “Cuando tienes una muerte materna la recuerdas por el resto de tu vida. Todos los detalles”.

La CMQCC surgió hace una década y busca reducir no sólo la mortalidad, sino también las complicaciones peligrosas y las disparidades raciales en el cuidado obstétrico. Comenzó por analizar las muertes maternas en el estado a lo largo de varios años: en casi cada caso hubo “al menos alguna posibilidad de un mejor resultado”. Las muertes más prevenibles fueron aquellas por hemorragia (70%) y preeclampsia (60%).

Main y sus colegas comenzaron a crear una serie de herramientas para ayudar a doctores y enfermeras a manejar las emergencias. La primera, detectar los sangramientos, recomienda cosas como: “carros para hemorragias” para almacenar medicamentos y suministros, protocolos para transfusiones masivas y entrenamientos y simulacros regulares. En vez del frecuente examen de la “caída de ojos”, que habitualmente hace subestimar la importancia de una hemorragia y retrasa el tratamiento, las enfermeras aprendieron a recolectar y pesar la sangre posparto para tener medidas precisas.

Los hospitales que adoptaron este conjunto de herramientas vieron un descenso de 21% en las muertes por sangramiento materno en el primer año. Los hospitales que no usaron este protocolo tuvieron apenas una reducción de 1.2%. Para 2013, según Main, las muertes maternas en California bajaron a 7 por 100,000 nacimientos, similar a las cifras de Canadá, Francia y Holanda (un recorte drástico de la tendencia en otras partes de EEUU).

“Prevenir no es una píldora mágica, en realidad es un trabajo de equipo y es vital tener un planteamiento estructurado, organizado y estandarizado en los cuidados”, afirma Main.

El kit de herramientas del CMQCC para atender la preeclampsia fue lanzado en 2014 con énfasis en el tipo de protocolos que hubieran podido salvar a Lauren: constante monitoreo de la presión arterial, tratamiento agresivo y temprano con medicamentos hipertensivos y sulfato de magnesio. Los datos sobre su efectividad no han sido publicados.

Este trabajo colaborativo inspiró a ACOG y a activistas en varios estados a crear sus propias iniciativas. Gran parte de los fondos de 500 millones a 10 años provienen de una iniciativa para la salud materna financiada por Merck, el gigante farmacéutico. Se llama Merck for Mothers.

Originalmente se destinaría a países menos desarrollados, pero la empresa decidió que no podía ignorar el problema creciente en EEUU. El índice de mortalidad es “inaceptable”, asegura su directora ejecutiva, Mary Ann Etiebet. Hacer que el embarazo y el parto sean más seguros “no sólo salvará la vida de las mujeres, sino que mejorará nuestros sistemas de salud… para todos”.

Es apenas el comienzo. Según el Instituto de Medicina, toma un promedio de 17 años para que un nuevo protocolo médico sea adoptado ampliamente. Incluso en California la mitad de los 250 hospitales que traen al mundo a bebés, todavía no usan las herramientas, advierte Main, para quien la causa es la inercia.

En el estado de Nueva York, algunos hospitales han cuestionado la necesidad de lo que llaman “recetario de medicina”, asegura Mary D’Alton, de la Universidad de Columbia. Su respuesta: “La variabilidad es el enemigo de la seguridad. En vez de tener diez estrategias distintas para una hemorragia o un tratamiento de hipertensión, escoge una o dos y hazlas consistente. Cuando hacemos las cosas de forma estandarizada, tenemos mejores resultados”.

Una gran traba: entrenamiento. Otra: dinero. Pequeños proveedores, en particular, no ven la motivación para hacerlo. “Es difícil que un hospital aporte los recursos para cambiar algo que no ven como un problema”, asegura Bárbara Levy, de ACOG. “Si no han tenido una muerte materna porque sólo traen al mundo a 500 bebés por año, ¿cuántos años pasarán hasta que vean un problema severo? Pueden pasar diez”.

En Nueva Jersey los proveedores no necesitan mucho convencimiento gracias a un proyecto reciente para reducir la pérdida de sangre en el posparto. La iniciativa proviene de la Asociación de Salud de la Mujer, Enfermeras Neonatales y Obstétricas. Un gran número de hospitales vieron mejoras. En uno el promedio de hemorragias relacionadas con la ICU pasó de 8 a 1,5 días. Pero sólo 31 de los 52 hospitales con unidades de obstetricia del estado participan en el plan, quizá, porque es conducido por enfermeras, opina Robyn D’Oria,directora del Consorcio de Salud Familiar de Central Jersey y miembro del Comité Estatal de Mortalidad Maternal. “Recuerdo conversar con alguien que creí progresista en un hospital, y me dijo: no puedo superar el que los médicos no quieran participar en algo como esto”.

Así que los hospitales de New Jersey lo intentarán de nuevo, esta vez adoptando ‘mini kits’ para preeclampsia y hemorragia, creados por la Alianza por la Innovación de la Salud Materna. “Es apenas el comienzo” de algo que tomará al menos dos años, indica D’Oria. Entre esos que han contribuido está Ryan Hansen, el esposo de la maestra que falleció meses antes que Lauren en el mismo hospital.

Los hospitales poco a poco comienzan a actuar, mientras madres siguen muriendo. Una de ellas fue Ashley Heaney Butler. Graduada de la Universidad de Rutger, vivió en Bayville donde decoraba los muros de su casa con anclas, pues era una apasionada del océano. Trabajó como consejera en la Asociación de Rehabilitación Vocacional de New Jersey. Su marido, Joseph, era bombero.

Dio a luz a un varón saludable en Monmouth en septiembre del año pasado y, un par de semanas después, con apenas 31 años, murió sin haber salido del hospital. Tuvo una infección al final de su embarazo, posiblemente por una cirugía de bypass gástrico anterior. Estuvo bajo el cuidado de varios médicos, incluyendo Vaclavik.

Jack Ennis sintió la ausencia de Lauren por la ausencia de llamadas. Eran casi hermanas y hablaban varias veces al día. A veces Lauren llamaba para contarle que estaba muy cansada y que hablarían después. Incluso llamó a Ennis desde Hawaii durante su luna de miel. La noche en que murió, Ennis supo que algo iba mal porque no sabía nada de su mejor amiga. “Me tomó largo tiempo superar que ella ya no me llamaría, todavía eso me afecta”.

Durante el embarazo de Lauren, Frankie Hedges pensó que sería como otra abuela de Hailey. Ella y Lauren tenían muchos planes. La muerte de Lauren implicó la pérdida de sus sueños para la familia extendida. “Siento que no obtuvo lo que mereció”, Hedges dijo.

Vaclavik tiene una práctica obstétrica “mayor” que en 2011 y continúa teniendo privilegios en Monmouth y otros dos hospitales. “Nunca olvidaré la muerte de Lauren, probablemente sufriré de estrés postraumático por esto”, declaró en su testimonio.

Hailey tiene 5 años de edad y el mismo cabello castaño y los ojos verdes de su mamá. Siente la presencia de su madre en todas partes gracias a su papá y a su nueva esposa, Carolyn, con quien se casó en 2014. Se conocieron en un hospital donde trabajó Larry luego de la muerte de Lauren. Las fotos y dibujos de Lauren están por toda la casa en Holmdel, en los estantes de la biblioteca y arriba en las paredes del pasillo. Larry y Carolyn hablan con libertad sobre Lauren e incluso la hija menor de Larry, Aria, de 2 años de edad, la llama “mamá Lauren”.

En cumpleaños y fiestas, Larry lleva a las niñas al cementerio. Diseñó la lápida, con su mano y la de Lauren tratando de tocarse desde la distancia y a Hailey recién nacida enlazándolos para siempre. Larry ha hecho lo que puede por mantener unida a la familia. Ennis y Hedges y sus familias participan en cada celebración importante.

Larry tiene todavía el video de Lauren y Hailey en su teléfono. “De lejos lo más duro de aceptar es lo que ocurrió, desde la perspectiva de Lauren”. Al mirar el clip en una noche reciente, y verla viva de nuevo, pensó: “No puedo, no puedo aceptarlo. La cantidad de dolor que ha debido experimentar en ese momento cuando tuvo a esta bebé finalmente… puedo aceptar mi dolor”, dice mientras ve a Lauren acariciar la mejilla de Hailey. “pero su dolor es algo que no puedo aceptar. No puedo entender. No puedo desentrañarlo”.

¿Conoces a alguien que murió o casi murió durante el parto? Por favor cuéntanos tu historia en este formulario. También puedes escribir a Maternal@propublica.org. Derek Kravitz y Adriana Gallardo de ProPublica y Bo Erickson de NPR contribuyeron en esta investigación y reportaron para esta historia. Traducción al español: Carmen Méndez, María Isabel Capiello y Eulimar Núñez. Fotos: Bryan Anselm para ProPublica.

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