Ella la ha encendido con un ademán natural, y, haciéndola bien visible, la ha colocado en uno de los brazos del sofá en el que se recuesta justo después de disculparse por el terrible resfriado que casi le impide acudir a la sesión. Habla con una voz cavernosa, inesperadamente grave, algo intimidante. Aunque su primer movimiento sea poco amable, muy pronto dirá algo revelador de que, pese a lo que pueda parecer, no se toma muy en serio a sí misma: “Cuando empecé solo me ofrecían papeles de mojigata y mocita inglesa. Y de un tiempo a esta parte solo me ofrecen papeles de mujer malvada... ¡No sé por qué!”. De nuevo esa sonrisa maliciosa. Y los ojos azulísimos dentro de un marco de kohl muy negro. Esa es la misma sonrisa sexy de la que se valió cuando interpretó a Vanessa Kensington, la mujer de armas tomar que seducía al álter ego satírico de James Bond, el espía internacional Austin Powers.
Además de modelo y actriz, Elizabeth Hurley lleva toda su vida profesional siendo lo que vulgarmente se denomina una “maciza”: una de esas mujeres que hace volver la cabeza por igual a albañiles y magnates, a Benny Hill que al príncipe Carlos. Con 27 años, el mundo supo de su existencia porque se presentó en el estreno de Cuatro bodas y un funeral en calidad de pareja de Hugh Grant, ataviada con aquel modelo de Versace cerrado con imperdibles dorados (que la prensa bautizó como “That Dress” y que cuenta con entrada de Wikipedia propia ). Hoy, se encuentra en plena promoción de su línea de baño y de la serie de televisión que protagoniza, en la que interpreta el papel de una reina de Inglaterra muy particular.
Hurley lleva también toda su vida profesional cargando con el sambenito de novia traicionada (¿cómo olvidar aquel episodio en el que pillaron a su pareja, el hasta entonces aparentemente apocado Grant, con una prostituta en Sunset Boulevard? ) .