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Alsacia: la Francia del espíritu germánico

Por hollisterclothingoutlet 16/01/2023 441 Puntos de vista

Alsacia es una de las regiones más interesantes de Francia y de Europa, por su complejidad histórica y su condición de puente entre las culturas latina y germánica. Al visitante le ofrece una extraordinaria belleza paisajística porque combina la montaña (los Vosgos), con el valle del Rin, ciudades monumentales, como Estrasburgo o Colmar, pueblos pintorescos (Obernai), castillos (Haut-Koenigsbourg) y villas fortificadas (Neuf-Brisach).

Un periodo mágico para recorrer Alsacia son las semanas de Adviento, pues existe una tradición centenaria de bellos mercados navideños, como en la vecina Alemania. Si se va en primavera, el espectáculo lo proporcionan las cigüeñas, que anidan incluso en el parque de l’Orangerie, el mayor de Estrasburgo, próximo a las instituciones europeas.

Desde que las legiones de Julio César establecieron la frontera en el Rin, en el año 58 antes de Cristo, el territorio que hoy conocemos como Alsacia ha sido punto de contacto –o de conflicto violento- entre civilizaciones. Primero fueron los romanos y los bárbaros. Siglos después se convirtió en campo de batalla entre franceses y alemanes. Los alsacianos han cambiado de nacionalidad varias veces.

En 1871, tras la guerra francoprusiana, Alsacia fue parte del botín que logró el recién creado Reich alemán. En 1919 la situación se invirtió. Tras la derrota alemana en la I Guerra Mundial, Francia recuperaba Alsacia. En 1940, nuevo cataclismo: Hitler se anexionó la región, la incorporó al III Reich y procedió a una nazificación intensiva e implacable. En 1944, De Gaulle convenció a Eisenhower para que no fueran los estadounidenses quienes liberaran Estrasburgo sino tropas francesas. Cuestión de dignidad.

Desde el monte de Santa Otilia pueden llegar en poco tiempo al antiguo campo de concentración de Natzweiler-Struthof, el único en territorio francés

La dialéctica infernal de conquistas y reconquistas consiguió frenarse con el proceso de integración europea y la reconciliación francoalemana, dos caminos paralelos, imposibles de entender el uno sin el otro. Estrasburgo devino, por esta razón, un emblema. De ahí que se decidiera instalar en la ciudad la sede del Consejo de Europa y, años después, del Parlamento Europeo.

Un testigo mudo de los dramáticos avatares alsacianos ha sido el monte de Santa Otilia –patrona de la región y de la vista-, un emplazamiento idóneo para contemplar un paisaje de bosques interminables, con el valle del Rin al fondo y, en días claros, la silueta de la Selva Negra en la lejanía. Está a una hora en coche de Estrasburgo. A casi 800 metros de altitud, el monte cuenta con una abadía que es objeto de peregrinación, una especie de Montserrat, pero sin la masificación ni la explotación turística del santuario catalán.

Alsacia: la Francia del espíritu germánico

Cerca del monte de Santa Otilia se encuentra Obernai, uno de los pueblos más estereotípicos y visitados de Alsacia, por su núcleo medieval y su mercado. Obernai es una etapa inevitable en la ruta del vino, aunque también es célebre por la cerveza, ya que allí está la sede de la marca Kronenbourg, una de las más populares de Francia.

Para quienes se interesen por la II Guerra Mundial, desde el monte de Santa Otilia pueden llegar en poco tiempo al antiguo campo de concentración de Natzweiler-Struthof, la única instalación de este tipo en territorio francés. Los alemanes ubicaron el campo cerca de una cantera de granito. Los prisioneros extraían la roca en jornadas agotadoras. El campo, hoy reconvertido en museo, es una lección imprescindible sobre aquella época tan negra de la historia europea. Se conserva una cámara de gas experimental, la horca y un horno crematorio. Visitarlo en silencio, en un entorno de montañas, resulta sobrecogedor.

Estrasburgo es, por supuesto, parada obligada y uno de los mayores atractivos de un viaje a Alsacia. La ciudad está a unos 500 kilómetros de París, bien comunicada por autopista y por trenes de alta velocidad que emplean menos de dos horas en el trayecto. Es una capital de relevancia europea pero que, a la vez, conserva una dimensión humana.

Entre sus tesoros figuran la catedral de Notre Dame, con sus magníficos frescos bíblicos y sus tapices, el distrito medieval de la Petite France, que puede recorrerse a pie o en barca –por sus canales- y el barrio alemán, Neustadt, muy bien preservado. Supone un contraste total dirigirse a la zona de las instituciones europeas, abiertas a las visitas, con sus edificios vanguardistas.

A unos 70 kilómetros al sur de Estrasburgo se halla Colmar, la capital de la ruta del vino, con numerosas explotaciones vitivinícolas y bodegas para visitar en las inmediaciones. Se la descubre a pie o, en barca, por los canales de la petite Venise . Colmar posee centenares de casas muy bien conservadas de entramado de madera. El museo de Unterlinden, el principal de ciudad, está ubicado en un antiguo convento de los dominicos.

Sobresale su colección arqueológica –prehistórica y romana-, las pinturas de final de la Edad Media y del Renacimiento, así como el arte contemporáneo y popular. Un lugar obligado a donde dirigirse durante la estancia en Colmar es larue des Têtes(calle de las cabezas), por sus bellos edificios, especialmente uno, la Casa de las Cabezas, construida en 1609, cuya fachada está recubierta por 106 máscaras burlescas.

Bajando hasta la Alsacia más meridional, a 42 kilómetros al sur de Colmar, se sitúa Mulhouse, la segunda ciudad más poblada de la región, de fuerte tradición industrial, en la encrucijada entre Francia, Suiza y Alemania. Es menos turística que Estrasburgo y Colmar, pero también interesante. Según la leyenda, se fundó en torno a un molino de agua. Alberga un museo dedicado al automóvil, Cité de l’Automobile –el mayor del mundo en su género-, otro a los ferrocarriles y un tercero a la electricidad. Estos atributos de laboriosidad y espíritu industrial pueden deberse al calvinismo, la estricta versión del protestantismo que la ciudad adoptó en 1524.

En Mulhouse, por cierto, nació Alfred Dreyfus, el capitán del ejército víctima de un caso de antisemitismo que sacudió Francia durante más de un decenio, entre 1894 y 1906, y que se convirtió en paradigma universal de injusta persecución motivada por prejuicios racistas. Una placa lo recuerda en la casa donde Dreyfus vio la luz.

Por decisión del Parlamento nacional, a partir de enero del 2021 se fusionarán los dos departamentos alsacianos actuales, Alto Rin y Bajo Rin

Alsacia, en fin, es atractiva para el visitante por razones sociológicas y políticas. La inmensa mayoría de alsacianos no quiere remover más la historia y se ve a gusto como franceses, aunque existe una pequeña minoría independentista (en el seno del partido Unser Land). Sí hay un sentimiento fuerte a favor de preservar la singularidad regional y la lengua alsaciana –dialecto del alemán-, algo que no es siempre fácil en una Francia de pulsión uniformadora.

Los líderes alsacianos acogieron muy mal la reforma administrativa del 2016 –impulsada por el presidente François Hollande y su primer ministro Manuel Valls-, que incorporó a Alsacia en la región del Gran Este, diluyendo en parte su identidad y sus atribuciones propias.

Aquella decisión se ha corregido en parte. Por decisión del Parlamento nacional, a partir de enero del 2021 se fusionarán los dos departamentos alsacianos actuales, Alto Rin y Bajo Rin. El nuevo ente se denominará “colectividad europea de Alsacia”. Aunque el territorio continuará integrado, administrativamente, dentro del Gran Este, el hecho de que Alsacia recobre su nombre supone una victoria moral, un desagravio necesario para un pueblo de frontera que no quiere perder su alma.

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