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Por hollisterclothingoutlet 05/02/2022 1079 Puntos de vista

El niño peregrino y la marcha de los migrantes

Los migrantes internacionales en su desplazamiento transportan infinidad de objetos de valor simbólico de México a Estados Unidos, llevan distintos alimentos valorados como reservorios que conservan en la memoria como resultado de la interacción territorial en la que se desenvolvieron como niños, además de sentimientos, percepciones y afectos íntimos que forman parte de su conciencia individual y social. Cuando retornan a México traen regalos, fotografías y objetos destinados a sus familiares que en su ausencia sirven para reafirmar el vínculo en la distancia.

La sociología y la antropología reconocen que los objetos pueden estar “habitados” de significado. Un regalo tiene el valor de una relación que se cultiva, es un recuerdo, pero también es una manifestación de valor simbólico que solo aquilata quien reconoce que en él existe una historia que se conserva y afirma.

En 1996, Chano Hernández, un migrante oriundo de Sain Alto, Zacatecas, que vivió desde la década de 1970 en Tijuana, Baja California, en una entrevista comentó que cuando los sainaltenses pasan por Tijuana lo buscan y llegan a descansar a su casa. Como son indocumentados dejan como encargo el exceso de peso, luego un familiar con documentos se transporta desde Estados Unidos y lo recoge para entregarlos más tarde. Entre los objetos que llevan están las estampas religiosas del Santo Niño de Atocha, fotografías, películas, llaveros, ropa confeccionada en casa para niños recién nacidos, etc. Todos esos objetos están vinculados a la cultura de la región y son depósitos materiales de afectos directos. Asimismo, entre el equipaje de esos migrantes encontramos quesos, elotes asados, pan horneado en casa, pinole, cajeta y vino de membretillo; en este caso se trata de alimentos vinculados a las relaciones familiares. Cuando se descubren estos detalles no hay duda que, esos objetos y alimentos tienen un alto significado cultural y afectivo para quienes los envían y para quienes los reciben; pero, lo interesante es que ese significado “viaja” con los migrantes y es parte de su desplazamiento. Al incursionar en el valor simbólico que encierran para los migrantes los objetos y alimentos, de manera similar, la observación de la imagen del Santo Niño de Atocha invita a una reflexión sobre su significado.

El Santo Niño de Atocha constituye la imagen perfecta de identidad para el migrante. Existe un mito popular que dice que por las noches el Santo Niño sale de su santuario y retorna por la madrugada. Ese mito además se hace acompañar de comentarios que le dan realismo cuando se dice que por las mañanas el Santo Niño tiene sus huaraches llenos de polvo; otra gente “observa” que los huaraches se han ido desgastando con el tiempo por el caminar de quien los porta. Pero, además, la imagen lleva en la mano izquierda un bastón curvo en uno de sus extremos y sobre él cuelga un guaje que sirve para trasportar agua, mientras que en la mano derecha carga una canasta que en los pueblos se usa para llevar y guardar alimentos y tortillas. Esos elementos son los que hacen del Santo Niño de Atocha el desarrollo de un imaginario perfecto de protección para los migrantes; además, lo complementa el mito de que por las noches se va y regresa. Es decir, se trata del “niño peregrino” que por las noches abandona su santuario para ir a donde se le invoca.

Pero podría decirse asimismo que Zacatecas es un estado peregrino. Dice un corrido de migrantes al referirse al Santo Niño de Atocha: “yo también soy un peregrino, vengo a ver al santo niño, como lo había prometido, hoy lo vengo a visitar” (http://www.youtube.com/watch?v=OZdtg9UOyAQ). Esta idea del pueblo peregrino surgió de una entrevista en la radio de la Profa. María Belén Rodarte, originaria de Fresnillo, Zacatecas, quien rescató una versión de un viejo disco grabado durante el Porfiriato con la música de la Marcha de Zacatecas, cuya letra hace alusión a la marcha de los migrantes hacia Estados Unidos, una marcha humana que se extiende desde finales del Siglo XIX. Y es que el peregrinar de los zacatecanos les ha permitido reproducir su cultura en los lugares de asentamiento en el extranjero, de ahí que una característica del migrante zacatecano sea su fuerte apego a la entidad, expresada como pertenencia y orgullo. Justo en esta parte ha de reconocerse que fuera del terruño también se reproducen las manifestaciones religiosas, porque éstas están más allá de la religión, realmente son formas de cultura, por ello son imposibles de administrar.

Entonces, que el Santo Niño de Atocha sea una imagen venerada local y nacionalmente, es también expresión de cómo esto se lo llevan los migrantes en su conciencia colectiva y ya en el extranjero aflora como medio de identidad y de cohesión de su vida comunitaria.

Existen otros antecedentes que consolidan este hecho. En 1996 en el Whittier Park de Los Angeles, los migrantes exhibían con orgullo las obras sociales del Programa 2×1 (ahora 3×1) realizadas en sus pueblos y en ese ambiente había una réplica del Santo Niño de Atocha. Por información de Don Gregorio Casillas supe que esa réplica fue donada por el Obispo Javier Lozano Barragán y ahora se encuentra en un templo de la ciudad angelina. Tiempo después he encontrado en los hogares de los zacatecanos de Oakland, California, distintas imágenes de El Santo Niño de Atocha que los migrantes adquieren en Plateros, Fresnillo, Zacatecas, “cuando vienen sus mandas a pagar” lo que seguramente ha sido una práctica de antaño. Así surgió una observación: la religiosidad popular que se profesa en Zacatecas en torno a esa imagen es parte de las culturas populares de la región; pero, además, esas prácticas culturales se han extendido a los destinos de los migrantes hasta consolidar la idea de un niño peregrino.

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