“Meterte al clóset de alguien es algo tan íntimo”, dice a EL PAÍS la actriz Emilia García Elizondo, nieta del Nobel Gabriel García Márquez y su esposa Mercedes Barcha, después de dos meses y medio de desempolvar, explorar, y clasificar el armario de sus abuelos. García Elizondo habla el miércoles en la mañana en el jardín interno de la casa en la que vivieron ‘Los Gabos’ durante décadas en la colonia Jardines del Pedregal de Ciudad de México. En una terraza allí la nieta ha puesto en venta más de 400 piezas de la pareja – abrigos, vestidos, bolsos, zapatos, botas, corbatas o pañuelos. “Los Gabos dejaron mucha ropa, y no sabíamos qué hacer con ella”, admite.
La casa de los Gabos quedó sin sus dos huéspedes el año pasado, después de que Mercedes Barcha falleciera en agosto -García Márquez falleció en el 2014-, y desde entonces la familia ha estado trabajando por transformarla en un nuevo espacio cultural. No se trata de un museo sino de un espacio dedicado al arte llamado ‘Casa de la Literatura Gabriel García Márquez’. El primer evento abierto al público para conocer la icónica casa de Gabo y Mercedes es esta venta de su armario en México – un evento semipúblico porque para asistir se debe hacer cita previa por la cuenta de Instagram en los próximos días. Pero el miércoles por la mañana fueron invitados algunos amigos cercanos de la pareja para empezar a mirar lo que cuenta el armario de los García Márquez.
La nieta, encargada de la iniciativa, cuenta que seleccionaron para la venta lo que estaba en buen estado o lo que consideraban icónico. “Lo que más me recuerda a Gabo, definitivamente, son los sacos de tweed”, dice. Hay a la venta unos treinta de esos abrigos emblemáticos que usó Gabo en las mañanas frías de Bogotá o tardes lluviosas de Ciudad de México. Uno de los más valiosos, de rayas blancas y negras, guarda internamente una mancha negra que quedó cuando explotó una de las plumas del Nobel en su bolsillo. “También nos pasó que abríamos un saco y encontrábamos una pluma de él para firmar sus libros”, dijo la nieta mostrando en un abrigo el plumón sharpie que el Nobel dejó abandonado.
Había algo de Calvin Klein, Armani o Hugo Boss en el clóset de Gabriel García Márquez. Pero lo suyo, más bien, eran los sastres. “Mucho de lo que hay en el armario son cosas mandadas a hacer. Se mandaba a hacer unas camisas que tenían unas bolsas largas para los lentes o para las plumas”, cuenta la nieta. En la enorme biblioteca de Gabo hay una mesa en la que están expuestas algunas de estas camisas con nombres de los sastres que le gustaba frecuentar. ‘Raúl González: Camisario’, dicen varias de estas. ‘La Camisería’ dicen otras sin nombrar el nombre del sastre. “También tenía un [sastre] que se llama José Mejía, que creemos que es colombiano, y de sus camisas tiene unas hechas en Francia, otras en Colombia, otras en Italia”, añade García Elizondo. La nieta decidió no poner a la venta un abrigo hecho a la medida para su abuelo por el sastre Emilio Velarde Rodríguez en el que el Nobel firmó con tinta azul su nombre en un parche tejido internamente, además de poner la fecha en que lo adquirió, Marzo 30 de 1983, como si marcara un libro. “Este no puedo”, dice su nieta mientras mira con cariño el abrigo expuesto en la casa.
García Márquez no fue un ícono de la moda pero no era alguien que la menospreciara. Cuando fue anunciado que había ganado el Nobel en 1982, una de las primeras cosas que dijo públicamente es que esperaba poder ir en un traje icónico de su tierra. “Espero estar allí en guayabera”, dijo entonces. “El traje obligatorio es el frac, pero aceptan que los hindúes vayan con su traje nacional. Yo estoy dispuesto a demostrar que la guayabera es el traje nacional del Caribe y que tengo el derecho de ir vestido así. Con tal de no ponerme frac, soy capaz de aguantar el frío”. Finalmente fue con un liquilique, traje tradicional de los Llanos, las planicies que unen a Colombia y Venezuela, y un homenaje a su abuelo (un coronel que fue mucho más cercano al Nobel que su padre). “Sus liquiliques de guerra y sus linos blancos de coronel civil se parecían a él como si continuara vivo dentro de ellos”, escribió Gabo sobre la ropa de su abuelo en Vivir Para Contarla.
El famoso traje blanco de lino de 1982 no está a la venta en Ciudad de México: es una joya bien guardada en el Museo Nacional de Colombia, en Bogotá. Tampoco están a la venta sus icónicas ruanas –como ponchos de lana virgen– que se quedaron en su casa en Colombia. Pero sí está en México, en cambio, lo que Mercedes Barcha llevó a la ceremonia del Nobel: un hermoso vestido color verde esmeralda con hojas negras de tela gruesa cayendo hacia sus pies. Ese, sin embargo, tampoco está a la venta. Está solo expuesto junto a decenas de vestidos que Mercedes guardó durante décadas.
“Desde el principio fue posible poder ver todas las épocas por las que pasó Mercedes”, dice su nieta refiriéndose a los vestidos y el cambio de tonalidad que notó en ellos. “Va desde sus vestidos más coloridos a sus sacos mas sobrios al final [de su vida]”. Mercedes, en el armario expuesto, guardó decenas de largos vestidos indígenas que fue coleccionando en distintas partes de México, al igual que varias mochilas típicas de los pueblos wayúu en Colombia. Al lado de estas, guardaba también varias bolsas Louis Vuitton y vestidos de una casa de moda italiana: Marina Rinaldi. “Mercedes creo que tenía una gran obsesión con Marina Rinaldi”, dice la nieta. En la venta están expuestos una decena de ellos, de colores claros a oscuros, además de las medias de seda que usaba y catalogaba en su armario. ‘Brillantes Dior 1988: marrón-negra’, escribió ella en la caja de una de estas. Treinta y tres años de unas medias Dior que Mercedes nunca abrió y ahora están a la venta para amantes de la moda literaria.
Las ganancias de medias, abrigos y vestidos no irán a la Casa de la Literatura Gabriel García Márquez sino a la Fundación FISANIM, dirigida por la actriz mexicana Ofelia Medina y que se enfoca en combatir la desnutrición de niños indígenas en estados como Chiapas y Guerrero. “Yo tenía como 17 años cuando conocí al Gabo”, dice Medina a EL PAÍS, una de las invitadas especiales este miércoles de apertura. “Él escribió como en 1967 el primer argumento de mi primera película, Patsy, Mi amor”, y por esa época él terminó Cien Años de Soledad. Yo fui una de las primeras personas que leyó la novela”. Medina se mantuvo cercana a la familia y un día este año recibió una llamada de la nieta contándole de la donación que vendría de vender los abrigos con tinta de Gabo o sus camisetas marcadas por distintos sastres . “Y para mí fue como si mariposas amarillas revolotearan por todos lados”, dice. No hay muchas mariposas amarillas en el armario de los García Márquez, pero sí quedaron allí, entre abrigos, las manchas de aquellas plumas que hace de medio siglo el Nobel utilizó para dibujarlas.
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