—¿Cómo empezó tu relación con la escritura?
—Fue a los seis años. Escribía mis cuentos en el cuaderno de comunicaciones y un día lo encontró la maestra y se lo mostró a la directora y a la bibliotecaria. Se fue corriendo la novedad hasta que después de tanto contacto llegó incluso a la directora de laArgentina de Escritores de la seccional Chaco, que hizo una presentación del “niño escritor” y me llevó al diario local para difundirlo. En esa época para mí era un juego y de repente los adultos le clavaron seriedad al asunto. La expectativa puesta sobre mí, y todas esas formalidades, fue lo que me alejó de la escritura por mucho tiempo. No publiqué más nada hasta los 25 años, o sea 15 años después.
—¿Para vos las narrativas son una herramienta de transformación social, o más bien una experiencia estética con el lenguaje?
—Creo en la manipulación de las herramientas: con el martillo que construís la casa también le podés abrir la cabeza a alguien. La herramienta está ahí y depende como la uses. Pero si viene una dictadura y nos queman todos los libros mucho no vamos a poder hacer. Es como depositar toda la fe en el arte, mientras que el arte tiene que ser como un despertador, un sacudón, una revelación. Un lente que le permite a los que tienen conocer la miseria y a los miserables conocer la justicia. La herramienta también puede ser utilizada en contra, basta ver cuántos autores y artistas han trabajado para regímenes totalitarios para notar que la transformación no significa necesariamente transformar en algo mejor.
—Dentro de ese campo de artes y sobre todo narrativas, ¿te parece que el colectivo LGBT+ tiene el espacio que se merece?, ¿o le cuesta un poco más?
— Temo que la dirección actual de quienes sostienen el arte sea una mirada zoológica de la comunidad LGBT. De repente las historias venden porque está muy transitada la mirada heterosexual de todo, entonces hay algo novedoso. También temo que los medios hegemónicos de producción de sentido, mal llamados medios de comunicación, utilicen esto como un recurso propio de la era digital para ganar views. Le temo a esa mirada zoológica porque después el zoológico cierra y los animales seguimos presos adentro. Ningún León alcanzó a conmover lo suficiente a un hombre para que le abra la jaula. Lo que sí veo es que estamos formando muchos vínculos comunitarios y circuitos económicos. Eso es superinteresante: ¿Por qué le voy a comprar una remera a uno que si tiene la oportunidad me grita “puto” desde su auto?, ¿por qué le voy a comprar la entrada al boliche al forro que no deja entrar a las travas o a personas gordas? ¡No! A la fiesta voy a lo de Santi que es disidente y DJ, y la ropa me la hizo Sandra que es travesti… Empezar a crear nuestros propios circuitos me parece súper copado. Y utilizar la plata de los pakis y su mirada zoológica: financiarnos a través de quienes nos odiaron me parece un éxito.
—Por estos días está saliendo tu trilogía de novelas Los amores urgentes. ¿Cuando hiciste La Chaco ya tenías planeado que iban a ser tres?, ¿cómo se fue dando ese proceso?
—En realidad lo que pasó fue que cuando escribí “La Chaco” el final que le había puesto era medio pesado. La editora me dijo que le parecía un montón y decidí guardarlo para una segunda parte, que sería Galaxia, pero en el medio aparece la historia de los personajes de Ñeri y encaré por ese lado. Se terminó convirtiendo en trilogía naturalmente, porque era todo parte de la misma historia aunque escrito en distintos momentos de mi vida. Cuando confluyeron las historias me pareció apropiado publicarlo como una sola pieza literaria, sobre todo para facilitar el acceso a los materiales ya que pude recuperar los derechos de “La Chaco” después de un pequeño desencuentro con mi anterior editor. Además me encanta el trabajo con Sudestada, donde se tiene una construcción colectiva, y para la tapa compramos una foto de Kenny Lemmes, quedó un librazo. Si bien es un relanzamiento, seguro que mucha gente no lo leyó todavía y además siempre el público se va expandiendo
—¿Qué es lo que te nutre al momento de la creación de tus personajes?, ¿cómo se te ocurren las historias?
—Creo que no se me ocurren, ocurren, y uno como que las capta. Estuve muy atravesado por mi época de militancia en Chaco en “Unidos por la diversidad”, que era una suerte de aquelarre marica, porque si bien se quiso cuadrar dentro de términos políticos era más como reunirse a escuchar anécdotas y ver qué podíamos hacer con todo eso que nos pasaba. En aquel momento, cuando se me acerca un editor para proponerme publicar para Hojas del Sur, le dije que sí pero le pregunté si podía escribir libre. Ese fue el momento de “La Chaco”, que fue un poco recopilar historias de Unidos por la diversidad, investigar, hacer muchas entrevistas. Es una novela con muchos personajes que tienen una profundidad interesante y en sí mismo cada personaje es una historia. Después cuando estaba escribiendo Ñeri, donde aparece el personaje Rafael que está también en “La Chaco”, justo estaba atravesando la pérdida de mi viejo, entonces habla mucho del padre. Galaxia vino como un delta, como la desembocadura de todas esas historias. El caso de Rafael es un personaje sumamente homofóbico, bastante machirulo de barrio, que me costó mucho escribir pero que cuando lo terminé de hacer me di cuenta que me estaba escribiendo a mí mismo, porque tuve un padre súper complicado y posiblemente sea una forma de narrativa de expresar mi experiencia, criado por el patriarcado. Me interesa transitar esos personajes grises, ni buenos ni malos, porque da humanidad.
—Te siguen mucho en las redes y respondés bastante a los comentarios que te dejan. ¿Cuál es tu relación lo virtual?, ¿sos tu propio community?
—En las redes soy mi propio jefe. Pero lo peor de todo es que soy mi único empleado y me quiero echar. Trato de tener una relación de respeto conmigo mismo a la hora de usar el celular, no meterme a leer comentarios agresivos, no prestarme a pelear y ser muy receptivo de las críticas que me ayudan a crecer. Ahora lo que me parece impensable es depositarlo todo ahí, porque de repente se corta la luz en cuatro países y, ¿a quién le vas a ir a llorar? Construir la identidad sólo a través de lo digital me parece gravísimo, por eso creo que no va a desaparecer el libro en formato físico: es la experiencia con lo real, no necesita de ningún soporte. Eso me deja tranquilidad.
—Con tantos viajes, presentaciones, ciclos y actividades, ¿cómo son tus procesos creativos?, ¿tenés algún tipo de ritual?
—No tengo un ritmo fijo de escritura, más bien escribo cuando tengo ganas. Tengo una columna semanal en Sudestada, que es lo que me da práctica, y cada tanto dejo algún textito en el blog de notas, pero tengo un completo rechazo a escribir en el celular. Ahora cuando me vienen ganas lo hago en cualquier lado, me he puesto a escribir en conciertos, en recitales, y me respeto mucho eso porque es un impulso visceral, como una necesidad física. No significa que de repente diga “se me ocurrió una idea”, es más como el impulso de que venía pensando cosas y en determinado momento se tienen que volcar, eso trato de respetarlo esté donde esté.
—¿A quién le escribís?
—Creo que escribo para mí, aunque al principio sentía que lo hacía para el público. Cuando previo al primer Ni Una Menos se viralizó uno de mis textos hubo una lógica de escribir viendo qué podía llegar a servir, también tenía un editor que me alentaba a “anda por este lado, por este otro”, y la escritura de efemérides te termina agotando, es como la maestra a la que le piden los textos de las palabras alusivas… Trabajo con una escritura muy personal y La Chaco tiene eso, de haberla escrito hasta 100 veces si hace falta. Galaxia me volvió loco. Es como cuando ves esa gente que va metiendo cosas en una botella con una pincita para armar un barco y decís “qué ganas, qué ganas…”. Trato de escribir por el costado, porque siento que un buen libro termina en el punto final, pero también comienza ahí, y esto porque con el punto comienza el libro en la cabeza de la otra persona que de repente viene y te dice “con tu libro me pasó tal cosa”, y por ahí eso ni se te había cruzado por la cabeza. La ficción y la realidad son distintas, la realidad es irreversible pero la ficción se escribe en la multiplicidad de la complicidad: mientras más lectores tiene, la ficción más se multiplica. La escritora Agustina Bazterrica hace esa diferencia, dice “quieren ser escritores pero no quieren escribir”. Ahora de repente parece que el escritor está en boga, como el intelectual que tiene una respuesta a todo o el sufrido que tiene chuparse y vivir sobre el dolor. Debería haber un punto medio, pero hay una romantización del escritor y gente que quiere hacer ese papel. La vida es una gran obra de teatro, como dice Shakespeare.
—Y en la obra de teatro de tu vida, ¿con qué te ayudó a conectarte la escritura?
—La escritura como oficio me ha conectado con un montón de gente maravillosa. Tanto en el lugar de compartir espacios de lectura como en talleres, porque es muy importante formarse constantemente y estar rodeado de gente que tiene ideas copadas de los procesos de escritura. También hay mucho ladri dando vueltas, porque la escritura creativa tiene eso. Implica honestidad intelectual con uno mismo de cada momento que está viviendo. Por ejemplo ahora estoy tratando de escribir teatro y siento que puedo desempeñar cualquier papel, pero si me lo tomo enserio: yo quiero hacer todo, pero si quiero hacer todo no hago nada. En este momento lo que quiero es escribir y aprender a usar la voz, pero quizá me hacen una entrevista en tres años y digo “quiero ser drag”.
—El patriarcado tiene lugares comunes acerca de dónde debe ubicarse un varón cis. ¿Qué relación pensás que puede haber entre producir ficciones y desarmar esos lugares comunes?
—La literatura da herramientas de representatividad para los colectivos, a través de la representación permite poner en palabras lo que muchas personas sienten. Hay distintas formas de procesar el pensamiento, a mucha gente le pasa que procesa sentimientos pero no los puede poner en palabras porque no los puede verbalizar y se apoya muchísimo en la literatura, la pintura, la moda y otras formas de arte para mostrarlo. También por supuesto en todas las formas de arte hay gente que se lo toma como entretenimiento. Yo creo que el patriarcado tiene pánico a la literatura y, como decía Virginia Woolf, “en la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer”. Tiene que ir por ese lado, un libro es como una voz de tinta, un megáfono de papel, por eso le tienen pánico e incluso queman libros en los gobiernos totalitarios. La escritura tiene que incomodar, no como afirmación sino como duda. También creo que hay que apostar al libro como política del Estado, que haya más presupuesto para que las bibliotecas estén nutridas y sean de fácil acceso.